Periodista económico, por encima de todo
Si te interesa, aquí desarrollo de modo bastante extenso mis vivencias profesionales que, inevitablemente, se mezclan con las vitales. La economía es el verdadero motor del mundo. Desconfía del periodista que diga "no sé nada de economía".
Me ha quedado mucho más largo de lo que pretendía, pero no tengo ganas de recortarlo. Si te apetece saber algunas cosas que he hecho, aquí están, desde mi subjetivo punto de vista:
Como indica mi Linkedin, estudié periodismo (Ciencias de la Información) en la Complutense de Madrid. Nada más terminar mis estudios, entré en la 'factoría Carlos Humanes', o lo que es lo mismo, en el diario El Boletín, el semanario El Economista (que después devino en el actual periódico, tras ser recomprada la cabecera) y la división de internet, Fondosweb, en la que desarrollábamos tecnología web y contenidos para fondos de inversión. Esto último, en 1997: cuando la mayor parte de gestoras no tenían ni modem y mandaban sus valores liquidativos por fax, nosotros ya disfrutábamos de internet en red. Éramos muy visionarios, (lo era Humanes), otra cosa es que no supiéramos venderlo mejor. Así se resume la historia de Carlos. En Fondosweb ofrecíamos valores, rentabilidades y análisis fiscal de todos los fondos españoles y además hicimos las primeras páginas web de Bestinver, BBV Gestinova, Argentaria Gestión, Gesbankinter, Ges BM o la mismísima Inverco, cuya página actualicé yo muchas veces y nació embebida en la propia Fondosweb. (Lo rememoro ahora y alucino). Me dejo muchas más gestoras. Aprendí algo de edición y manejo web y a usar, entre otras cosas, el Excel, cosa que me fue muy útil en mi profesión. Ahora esto no impresiona, pero en el siglo pasado saber ordenar tablas, calcular porcentajes e incluso hacer macros era casi galáctico para un periodista. Incluso recibí algunas clases de base de datos. Me sirvieron, por encima de todo, para entender su importancia, más que a manejarlas.
De El Boletín, qué decir: un diario vespertino que cerraba a las 17,30h. con los cierres de Bolsa y tenía varios miles de suscriptores. Se vendía en los VIPS, llegaba a los principales restaurantes y al puente aéreo de Iberia y tenía una edición urgente por mega fax para unos 100 clientes top. Emilio Botín entre ellos. Su secretaria llamaba de vez en cuando para que le enviaran el fax al avión, en vez de a su despacho. Lo sé porque cogí el teléfono yo alguna tarde, cuando, por lo que sea, tenía desviada la centralita. "Buenas tardes, soy la secretaria de Don Emilio Botín, ¿podrían enviar hoy a...?". Durante muchos años, El Boletín fue muy rentable e influyente.
Recuerdo los programas informáticos para los cierres bursátiles: los primeros los había hecho un técnico que cobró un millón de pesetas. Los siguientes, se los encargue yo a otro, que cobró sólo 50.000. Los siguientes los hice yo con una macro Excel. Gratis, claro. Y no mucho después, ya no hicieron falta programas: cualquier Bloomberg o Infobolsa daba los datos exportables en copia-pega.
Estuve casi 8 años. En El Boletín, cubriendo los mercados a diario, en una etapa en la que eran cruciales para que España entrara en el euro. En El Economista me dedicaba, tras el cierre diario del bole, a preparar el resumen semanal de mercados (más de un tercio de la publicación) y también, de vez en cuando, me caían reportajes, especiales y una o dos veces al año, el tema de apertura. Mejor escuela imposible.
A su vez, también colaboré en muchos otros medios (Invertia, Mi Cartera de Inversión, Onda Cero, La Clave, Radio Cooperativa en Chile...). Era algo bueno de Humanes: te dejaba colaborar donde quisieras, aunque te tuviera en nómina. Consideraba que era bueno para su plantilla que nos fogueáramos en otros sitios. Mientras cumplieras, él no se metía. Aquella Invertia era un espectáculo, con todo el apoyo financiero de Telefónica, que le permitía fichar a brokers, periodistas o técnicos sin mirar el coste. Nosotros les hicimos contenidos sobre mercados asiáticos, bolsas internacionales y otra cosa que se inventó el visionario Humanes: los mercados fuera de hora estadounidenses, que anunciaban con claridad el sesgo que iban a tener después los mercados organizados tecnológicos.
En Onda Cero realizaba las crónicas bursátiles, varias al día y alguna vez me dio entrada Luis del Olmo, aunque sin yo saberlo, porque las dejaba grabadas. El titular era Jesús García, subdirector de El Boletín y El Economista, pero a su vez tenía tantos compromisos que muchas veces me pedía que le sustituyera. Muchas.
Y Mi Cartera tuvo su momento de esplendor. Eran unos buenos ingresos extra, aunque a veces, encargando, eran como una ametralladora: como entregaba rápido y mínimamente bien, cada vez que había un hueco; adjudicado. Me llegaron a pedir páginas con 24 horas de antelación. Y las entregué, claro. Estuve de colaborador toda su vida, más o menos desde 1999 a 2003. Todo lo que allí se publicó de fondos de inversión lo escribí yo. Luego se vendió y le perdí la pista por completo, pero llegó a despachar 50-60.000 ejemplares en kiosco, anunciándose en Telecinco.
En esa etapa, cimenté mis conocimientos sobre mercados financieros y tengo muy claro que un periodista económico debe empezar por ahí. Luego, que se especialice en lo que quiera: banca, eléctricas, fiscalidad, macroeconomía, inversión... pero siempre tiene que tener claro qué es la oferta, la demanda, el mercado secundario, la generación de precio y la apelación al mercado. Cómo se mueve el dinero. Algo que no ocurre muchas veces.
Mucho más tarde, siendo director, alguna vez me ocurrió algo como lo que sigue, con algún periodista presuntamente especializado en empresas:
- Han bajado el rating a tal país, entérate qué le ocurre a tal compañía que está muy presente allí, a ver cómo le van sus costes de financiación y qué vencimientos de deuda tienen más o menos a corto plazo.
- Pero eso que lo hagan los de Mercados, ¿no?.
Evidentemente, no tenía ni idea de qué le estaba hablando. Algo inaceptable para un redactor de banca, eléctricas, constructoras, telefonía... Por desgracia, no era un caso único de periodista económico sin conocimientos de mercados. Con el tiempo, estas noticias sobre emisiones de deuda corporativa fueron apareciendo en prensa, pero en los tiempos previos era muy raro verlas y muchos redactores las evitaban.
Gracias a cierta fama por esos conocimientos financieros, fiché por El Confidencial en 2002, donde estuve hasta 2006. Recuerdo cómo fue la llamada para ir a entrevistarme con ellos: "aquí damos unas exclusivas muy buenas de empresas españolas, pero no tenemos ni idea de lo que es un hedge fund o el Nasdaq y también queremos ser una referencia en eso". Apenas tenía un año de vida el medio. Quizá, dos. Hablo de memoria.
Fui de los primeros redactores, digamos, senior, y no originarios, fichados para desarrollar una redacción más al uso de un proyecto que comenzó con poca estructura, casi clandestinamente. Entré justo a la vez que Óscar Fonseca, periodista de Interior, hoy en El País y con quien también trabajé después en Vozpópuli. Coincidimos previamente en la sala de espera de aquel chalecito entre Puerta de Hierro y La Coma donde estaba ubicado el digital y la breve conversación que tuvimos no se me olvida:
- ¿Tú también vienes a entrevistarte para entrar aquí?
- Sí.
- ¿Qué haces?
- Mercados, inversión, finanzas, empresas... cosas de economía. ¿Y tú?
- Yo, polis y cacos.
Genial. Siempre digo que estuve durante "los años buenos" de El Confidencial, en los que protagonizamos un big bang espectacular. Fueron tiempos muy gratos. Inolvidables. Nos importaba sólo nuestra información y apostábamos por ella a muerte. Y descubrí un concepto del que no había sido consciente antes: la 'pegada' de un medio.
En aquellos años (2003, 2004, 2005...) se nos miraba aun por encima del hombro en el sector de la prensa. Éramos "un confidencial", "un digital", dicho en términos peyorativos. Pero las que liábamos eran atómicas. Una repercusión espectacular, a pesar de tener, por aquel entonces, 60-70.000 visitas diarias. No era poco, pero no era mucho. Pero cuando dábamos en el clavo, (casi siempre), causábamos un enorme revuelo.
Yo mismo, recuerdo, sin ir más lejos, un tema que escribí sobre Banco Popular. Una fuente me avisó que la entidad había colgado en el Banco de España, sin hacer el más mínimo ruido, una actualización de sus condiciones, que incluían el cobro de comisiones por retirada de efectivo a sus propios clientes en sus propios cajeros. Su publicación provocó una cascada de reacciones. El asunto acabó llegando al Congreso e incluso Buenafuente habló de eso la misma noche en su monólogo. Al día siguiente de darlo nosotros, casi toda la prensa salmón llevaba el tema. Sin citarnos, por supuesto. Amigos míos de esos medios me reconocían que "tenemos orden de no citaros en ningún caso. A los confidenciales de internet no se les cita, aunque les tomemos la información". Muy poco después, Popular anunciaba la cancelación de dicha medida. A eso le llamo 'pegada'. Hoy, el término podría ser 'influencia', aunque yo creo que ese es un concepto algo más romo y, quizá, más de largo plazo. La 'pegada' era realmente así: una información de El Confidencial era como un golpetazo que provocaba reacciones en tiempo récord. Podría citar decenas de casos. Todos los días teníamos muchas respuestas por lo que publicábamos.
Pese a los desprecios corporativos de antaño, la realidad es que El Confidencial es hoy el medio más saneado y potente de la prensa española (e incluyo a las grandes y venerables cabeceras). Con posterioridad, todos los demás grupos, al definir su estrategia digital, decidieron seguir el modelo del confi. Todos querían dar informaciones exclusivas y diferenciales. Todos querían tener 'pegada'.
Debo admitir que yo también acudí con algún recelo cuando me llamaron para ficharme. Me daba algo de miedo meterme en una especie de jaula de grillos sensacionalista. Pero al entrar en la reunión, que suponía con algún redactor jefe o mando intermedio, me encontré con Jesús Cacho y José Antonio Sánchez. Los dos jefes jefazos. Me impactó. Estuvieron súper simpáticos (eran otros tiempos) y en poco rato me dicen "eres la persona que buscamos, queremos que te incorpores ya. Lo antes posible".
Y les dije que sí, claro, sin prestar demasiada atención al tema económico, porque, como un volcán, me erupcionaba la reflexión: "¿cuántas veces en tu vida vas a tener a gente del nivel de Cacho y Totoyo (apelativo de José Antonio, de sus tiempos de Diario 16) pidiéndote que te unas a ellos?".
Carlos Humanes, mi padre profesional, lo entendió perfectamente: "ya es hora de que vueles. Vete tranquilo, que si te va mal, aquí siempre tendrás un hueco, aunque seguro que te va fenomenal".
Carlos murió en noviembre de 2015 y le echo de menos todos los días de mi vida. Nunca perdí el contacto con él.
Por cierto, proceder de la escuela Humanes fue una garantía para los editores de El Confidencial a la hora de elegirme: "Sabemos que si vienes de ahí tienes buena formación y que no te asustará trabajar todas las horas del mundo".
La pegada de la que hablaba multiplicó la exposición de todos los periodistas que allí estábamos y me hizo acabar fichando por el diario Negocio & Estilo de Vida, de inminente salida. Era mayo de 2006. No llegué a estar ni cuatro años en El Confidencial, y eso que pensaba que me retiraría allí. Habían llegado tiempos de inflación salarial a la prensa, con las irrupciones de Negocio, El Economista (en nuevas manos y reconvertido en diario) y Público, con pocos meses de diferencia entre ellos. Todos querían contratar primeros espadas y tenían claro que para ello debían pagar mucho. Lo que hiciera falta.
Tiempo atrás, ya estaba recibiendo llamadas informales de casi todos los medios económicos, en plan "oye, ¿te vendrías aquí? Te pagaríamos algo más". "¿Yo? ¿Al Actualidad Económica o Cinco Días?" (por citar dos de esos casos, que no pasaron de simples sondeos). Ni en broma. Estaba donde quería estar. Me valoraban, me divertía publicando (a veces sufría, porque Cacho apretaba los titulares a lo bestia, y eran sobre Botín, Polanco...) y me sentía un poco élite. Pensaba estar muchos años allí. También rechacé ir a una compañía porque me parecía de funcionario gris irme a un departamento de Comunicación, por muy empresa cotizada que fuera. Era más joven, claro. Sólo me quedé con cierta duda con Bloomberg. Conocí a uno de la oficina de Madrid en un acto. Charlamos, comentamos dos o tres temas de actualidad e intercambiarnos los datos. Por la tarde me mandó un mail preguntándome por las buenas si quería irme con ellos. Me encantaba Bloomberg, pero ni me lo planteé, al no ser bilingüe ni seducirme que pudieran moverme por varios destinos internacionales. Era joven e intrépido con la información, pero estaba a gusto en España.
Sin embargo, no esperaba que me fuera a ocurrir un poco lo de Figo. Me llamaron de Negocio, les dije que no, insistieron varias veces y al final, en una cena en el Hotel Orfila con su editor, le di una cifra salarial que consideré inaccesible, para que me mandara a mi casa poco menos que de una patada y acabáramos ahí. Concretamente, les pedí tres veces lo que ganaba en El Confi. Así me dejarían en paz o, al menos, daría un salto económico que, por otro lado, creía ir mereciendo ya. No tanto, pero sí bastante más de lo que tenía.
La solté, nada cómodo, y esperé una cascada de reproches. El dueño, José Enrique Rosendo, se limitó a tenderme la mano, sonriendo. Rosendo, un oscuro personaje (lo pude ir descubriendo poco a poco, aunque era un gran periodista) estaba súper empeñado en mi, ya que le habían recomendado mi nombre desde alguno de sus bancos privados personales donde, al parecer, me leían.
Le insistían, una y otra vez que "si quieres hacer un buen periódico económico, tienes que hacer lo que hace El Confidencial". Ese medio del que todo el mundo despotricaba, pero nadie se perdía. Realmente, el sector financiero constituía un auténtico club de fans de El Confidencial.
Me quedé ojiplático. Aun así, le dije que todo eso, junto a un plan de acciones que él mismo insistía en ofrecerme, me lo tenía que hacer llegar antes de 48 horas en un contrato formalizado. Y deseaba en el fondo que no lo hiciera. Pero lo hizo. A la mañana siguiente me llamó su abogado para cumplimentar todo y enviarme la oferta vinculante.
Había dado mi mano y debía honrar mi compromiso. Tocaba irse de El Confidencial, donde me despidieron con mucho cariño, aunque ya no conozco a casi nadie allí. Muchos de la primera hornada fuimos saliendo en aquella ola de inflación periodística. Por supuesto, ni planteé contraofertas: detesto ese modo de actuar. Y creo que acaba siendo perjudicial a medio plazo.
En Negocio llegué como una especie de redactor jefe y en menos de un año me hicieron Adjunto al Director. Poco después, tras un cambio de propiedad, me nombraron Director. Primero en funciones, luego definitivo. Apenas llevaba un año y ya era Director. Lo fui durante tres años más. Tenía un equipo cercano a las 50 personas.
Negocio da para una serie de Netflix. Era un diario gratuito en papel pero de calidad, y de distribución personalizada, es decir, se entregaba en mano a todos y cada uno de sus lectores, previamente registrados. Con una tirada enorme. La idea era 'hacer un confidencial en papel'. Información exclusiva y buenos opinadores. El modelo de distribución gustaba mucho a los grandes anunciantes. Sus editores eran a cual más pintoresco y fueron la causa de que el medio no viviera más, aunque sigo recordando con mucho cariño al equipo y creo que bien gestionado podría haber sido uno de los proyectos ganadores a medio plazo.
Dimos algunas exclusivas muy buenas y nos enfrentamos muy seriamente al Gobierno de Zapatero, Miguel Sebastián, Taguas y Arenillas. Tuvimos línea directísima con el PP que, entre otras cosas, nos pidió que comenzáramos a publicar columnas semanales de un chaval muy listo que tenían en sus filas, con mucha proyección y en el que tenían muchas esperanzas: Álvaro Nadal. También, se incorporó un día otro joven de aspecto tímido, que nos fue vendido como un cerebrito de la economía: Juan Ramón Rallo, al que hice responsable de Opinión durante mis primeros tiempos como Director. No estuvo mucho, de todas formas.
Recuerdo su juvenil arrojo, en plena crisis de Lehman Brothers y Bearn Stearns:
- Rallo, con la que hay liada hoy, ¿qué proponemos en el editorial de mañana?
- Abolir los bancos centrales y volver al patrón oro.
- ¿No puede ser algo más progresivo, antes de que les dé el infarto a nuestros lectores?
- Bueno, entonces habría que volver a la ortodoxia monetaria, retirar liquidez, control del déficit, subir tipos, bajar impuestos...
- Vale, tira por ahí... ya llegaremos poco a poco a eliminar a la Fed y el BCE.
Hicimos grandes cosas, también. En algunos momentos, parecía que íbamos como motos. Firmamos un acuerdo con Promecal de distribución en Castilla-La Mancha y Castilla y León, que multiplicó nuestra audiencia certificada. Entramos como patrocinadores del Premio Emprendedor del Año de Ernst & Young. Y fuimos promotores del Spain Investors Day.
El logo sigue siendo, a día de hoy, el que diseñó mi equipo gráfico en Negocio.
Me dejé el alma en ese proyecto, que empezamos desde cero Víctor Steinberg, Pablo Santos y un servidor, porque teníamos ganas de hacer algo por España. Conviene recordar que estábamos en un momento muy duro para el país, con la prima de riesgo disparada por la crisis bancaria e inmobiliaria. Fuimos a buscar a puerta fría a Estudio de Comunicación y BNP-Exxane para que se sumaran al mismo cosa que hicieron, para mi sorpresa. Claro que Benito Berceruelo y Ramiro Mato son dos personas de enorme categoría. También lo secundó sin más preguntas Blas Calzada. Dieron su cara por echar una mano al país. Lo que digo: categoría.
Prisa es hoy el media partner, pero en su primera edición lo fue Negocio. Juan Luis Cebrián acudió en persona a recibir a los inversores por parte de la propia Prisa, y ese mismo día, Cinco Días nos puso por las nubes en un editorial: "iniciativas como estas son las que necesita España". Un pequeño granito de arena por mi país.
Un apunte más. Siempre recordaré qué fue lo primero que sentí al ser nombrado Director de periódico, justo al tomar posesión de mi mega despacho, de dimensiones ansonianas, heredado de Rosendo, que estaba bastante obsesionado con Juan María Anson: soledad.
Ni poder, ni euforia, ni rabia, ni erótica... te das cuenta de que los editores te quieren para apretar a los de abajo y alinearte con sus intereses, muchas veces ajenos a mi conocimiento. Y la redacción, para que aprietes arriba. ¿Yo dónde quedo? Para los de arriba era un blando que tenía consentida a la redacción y debía "tensionarla" más. Para los de abajo era un vendido a la patronal que no les defendía y sólo les exigía. Esa sensación no desapareció nunca. Realmente, no la deseo de nuevo.
Y dejo aquí Negocio, por distintos motivos, aunque ya digo, daría para Netflix.
En 2010 salí y fui uno de los tres promotores de Vozpópuli, reuniéndome de nuevo con Jesús Cacho, junto a un financiero de muchísimo nivel que conocía hacía algún tiempo y que se sumó al proyecto a instancias mías: Domingo Sánchez, clave en el montaje en tiempo récord de dicho medio. Porque hubo que hacerlo todo de cero: desde la constitución de la editora al fund raising, pasando por la tecnología, la redacción... Vertiginoso y agotador.
Por cierto, a Domingo se le ocurrió el pintoresco nombre de la cabecera: Vozpópuli, con z, en lugar de x.
Estuve casi 9 años. En el interín, colaboré con Cuarto Poder, por pura simpatía al proyecto, al ser una cooperativa de periodistas, en la que estaban un montón de amigos de profesión: Pedro Alzaga, Juan Carlos Escudier, Raimundo Castro, o Paco Frechoso, director, duro de trato según muchos, pero con quien tuve una relación estupenda siempre. Por ahí andaban también Irene Lozano, Anna Grau y más ilustres cuyos nombres sería largo de enumerar. Realmente, ese proyecto debería haber salido adelante. Quizá demasiado escorado a la izquierda para contar con apoyos institucionales.
En Vozpópuli volví a empezar de cero un proyecto, algo que comenzaba a agotarme, aunque ha sido una constante en mi vida. En los primeros años estaba para todo: subdirector, redactor y lo que hiciera falta. A los pocos años, me tuve que hacer cargo por circunstancias de la vida, de la dirección comercial. Ya hacía tiempo que quería estar más volcado en el área de la gestión y esta no era mala opción.
Informativamente, creo que hice mis mejores piezas los años que escribí. Las más serias y profundas, aunque tal vez las menos valoradas. Recuerdo que avisé en noviembre de 2011, en un artículo de opinión, de la posibilidad de una amnistía fiscal, que llegó poco después, en marzo 2012, entre la incredulidad previa de muchos, incluso de algunos compañeros de Vozpópuli. Pero era lo que me comentaban un puñado de banqueros y algún que otro abogado, no me lo estaba inventando. Cuando dos o tres fuentes me dicen "se están dando todas las circunstancias para una amnistía fiscal", yo tomo nota. Tampoco perdí del todo el punch: esta misma pieza creo que no es una mala muestra. La dimos sin alharacas, pero en pocas horas fue tomada por El País, que la ofreció de apertura, citándonos. Firmada por el mismísimo jefe de Economía. Primera vez que le ocurría a Vozpópuli, por cierto.
En 2019, tras mucho desgaste, salí de VP, que puede considerarse un razonable caso de éxito, en un entorno de más y más competencia: después de nosotros, nacieron los diarios de Pedro J., Eduardo Inda, Casimiro García-Abadillo, Xavi Salvador... Todos en el mismo nicho. Al marcharme, tenía la dolorosa sensación de que mi visión de la información y los temas importantes no coincidían en absoluto con el main stream. Me interesan cada vez más los asuntos de fondo y menos el día a día. El scoop está muy bien, pero si no se sabe de dónde llega, por qué y hacia dónde va, me parece poco más que un fuego de artificio. Escuela Humanes, lo sé. No es la que más de moda ha estado nunca.
Puedo decir, eso sí, que he sido becario, redactor, redactor jefe, adjunto a dirección, director, colaborador, tertuliano, fundador de medios, director comercial y organizador de eventos. Creo que conozco al dedillo lo que es un medio.
Durante esos años de Vozpópuli, escribí mi primer libro, De la Bolsa a la gloria, con Ediciones Destino (Planeta), que narra la historia de la transformación financiera en España, focalizada en unos cuantos protagonistas. Aquí se puede encontrar información sobre la obra.
Traes salir de VP, me entrevisté con algunos de los diarios competidores. Pude ver que todos tenían, más o menos, la misma problemática: necesidad de crecimiento tanto en influencia como financieramente, en un mundo de competencia no solo creciente, sino incesante; y acuerdos institucionales a la baja, con la publicidad tradicional succionada por las redes sociales. Problemas vigentes y agrandados ahora mismo.
No me apetecía lo más mínimo repetir experiencia y, mientras pensaba en dar un giro a mi carrera profesional, fiché por La Política on Line, un medio argentino-mexicano que abría delegación en España. De un día para otro me llamó su dueño, que estaba en Madrid, Ignacio Fidanza, un magnífico periodista, con el que sintonicé en el acto. Nacho tiene una gran visión y una posición sorprendente en Argentina. Pese a ser pro market y estar contra el populismo, goza de un gran prestigio entre el kirchnerismo. Un tipo carismático y un medio líder allá. Enorme respeto.
Me apetecía mucho trabajar con Buenos Aires y Ciudad de México a diario y los casi dos años que estuve allí fueron un placer. Desde luego, una gran experiencia. Grandes periodistas y buen ambiente. Por la pandemia hubo que reducir el proyecto al mínimo, pero era otro lugar donde me encontré muy a gusto. Me gustaría hacer más cosas con Nacho Fidanza en el futuro. Además, le tomé ligeramente el pulso a los dos países, lo cual es un bagaje que valoro. Lo de Argentina es una pena, creo que es un cañón de país pero no hay manera de hacer carrera con él.
Y ahora, en Estrategias de Inversión. Conocía a su editor, Juan Ángel Hernández, hace años y muchas veces me había dejado caer que le encantaría contar conmigo. Un día se dieron las circunstancias y le tomé la palabra.
Este grupo tiene un mérito enorme. Tiene un mensual en papel para más de 12.000 suscriptores de pago. Una base de datos de 100.000 usuarios registrados que entran para ver las cotizaciones y ver noticias empresariales. Un set de televisión en la Bolsa. Un mensual de gestión de activos para profesionales. Cantidad de foros y cursos on line. Pero sobre todo: buenas prácticas y buen ambiente interno, cosa que sus editores cuidan al máximo. Ganas de hacer las cosas bien, sin intrigas ni otros intereses. Eso, pasados unos años, tiene mucho valor para mi.
A la vez que me incorporaba a Estrategias, surgió la posibilidad de escribir mi segundo libro, De las Puntocom al Bitcoin y las meme stocks, editado por Gestión 2000 (Planeta), que recoge el devenir económico del Siglo XXI, de la mano del pensamiento de Juan Carlos Ureta, fundador de Renta 4, una persona por la que tengo gran admiración.
Todo, precisamente, por lo que comentaba antes: mi inquietud por cuestiones fuera del main stream como la falta de crecimiento, los niveles de deuda pública, los tipos negativos... el matrix financiero que nos gobierna y del que no parece posible salir. De eso apenas se habla en general, a pesar de que condiciona nuestras vidas. Personalidades como Ureta, sin embargo, llevan años analizando todo ese cúmulo de circunstancias. De paso, proponiendo alternativas. Ojalá personas del nivel de Ureta fueran las que plantearan soluciones de futuro, y no la casta política que sufrimos.
Y hasta aquí llego, de momento en lo profesional. Preocupado por el futuro del periodismo y su modelo de negocio. Por España y sus élites, tanto empresariales como políticas, temor aplicable al resto del mundo. Creo que ha tenido lugar un retroceso global en los últimos años con el mayor protagonismo de los estados, que ha supuesto un recorte de libertades civiles, pese a que se vende justo lo contrario.
Tampoco soy ningún fan, salvo contadas excepciones, de los grandes ejecutivos de las grandes corporaciones, que llenan los titulares de prensa con despidos y más despidos. Si se presume de estar en la cima y de liderazgo; si son los mejor pagados, reciben premios y se les reconoce una talla intelectual superior, los dirigentes empresariales deben justificar que generan renta y nuevas vías de crecimiento. Que tiran del país. Agrandar el perímetro de las compañías con deuda y luego recortarlo de manera dramática cuando vienen mal dadas no es señal de buena gestión, aunque se presuma de ello en los canales oficialistas.
Espero las nuevas ideas, modelos y proyectos del Siglo XXI, que considero que no han aflorado aun. Yo no las tengo, pero las secundaré entusiasta. Que traigan bienestar a la sociedad y más libertad individual. Una verdadera digitalización que termine de borrar de un plumazo muchos obstáculos y burocracias. Y remunere más adecuadamente. Circularidad de la renta; cuestión esta vital. Energía barata. Avance real de la sanidad y la medicina, que nos permita que el alargamiento de la esperanza vital sea real y sólido. Proyectos de vida y prosperidad, sin la supervisión de estados y políticos, salvo en caso de ineficiencias. Y con ello no estoy diciendo que se supriman derechos universales. Ni mucho menos. Al revés, creo que las condiciones de vida deben mejorar. Los derechos nos los hemos dado nosotros mismos, y los pagamos nosotros, no los políticos. Debemos ser más dueños de nuestras vidas y nuestro tiempo.
Deseo mejoras democráticas, que pasan por listas abiertas, titulación y (sobre todo) experiencia laboral de los políticos en la vida civil. No profesionales de la política, que no han dado un palo al agua en su vida, sino profesionales que dan el paso a la política. También, cambios en la representatividad: circunscripciones, Senado, Diputaciones, Parlamentos (desde locales a europeos)... son cuestiones que deben revisarse ya. Eliminación de aforamientos, pensiones vitalicias, estados elefantiásicos, y, especialmente, reclamo una relación ágil con la Administración, gracias a la digitalización. Entre otras cosas.
Humanamente, quisiera una mejora de la sociedad, que no puede conformarse sólo con contenidos y mensajes de ínfimo poso, ya sean políticos, educacionales o de ocio. Liberarnos de la polarización y el odio o, al menos, rebajarlo. Evitar el sectarismo y la manipulación. Ser individuos de mejor calidad. Subir un peldañito todos los días.
Intento aplicármelo y contribuir a ello, aunque tantas veces no sepa cómo o falle. Siendo un periodista económico siempre, que es lo que soy de verdad.